JUAN P�REZ DE PINEDA,
escritor y editor cordob�s del siglo XVI.
" Al
Todopoderoso Rey de Cielos y Tierra " ILUSTRACIONES:
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BIBLIOGRAF�A:
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"RETRATO" DE JUAN DE VALD�S
"El autor que compuso este libro era caballero, noble y rico. Pero consider� santa y prudentemente que consist�a la verdadera nobleza, no en tenerse por de sangre m�s fina que los otros, sino es ser imitador de Cristo y en seguir las leyes de la caballer�a cristiana. Y as� renunci� muy de veras a la nobleza carnal, por seguir la espiritual de los hijos de Dios y ser con ellos part�cipe de la heredad eterna. Para hacer �sto como conven�a, se dio al estudio de las letras sagradas; visto que eran uno de los medios propios para conseguir el fin de su deseo. Fue tan diligente en su estudio y lo orden� para tan buen fin y tan propio para glorificar al Se�or; que �l mismo le dio su ayuda y lo prosper� en �l grandemente. Porque no pretend�a con �l ser sabio de los que el mundo aprecia, sino ser cristiano de los que Dios aprueba. No te�logo especulativo, sino pr�ctico y obrador de lo que entend�a: No ser tenido por letrado, sino embeber en su �nimo las costumbres de Cristo y parecerle en ellas, como lo mostr� claramente en el discurso de su vida. Por ser tal y seguir las pisadas de Cristo, padeci� grandes trabajos mientras vivi�. Le hizo tales tratamiento el mundo, cuales suele hacer a los que se toman a pecho la obediencia y el amor a la verdad. Porque como no pudo sufrir a Cristo, tampoco puede sufrir a ninguno de sus miembros. Y como lo aborreci� y persigui� a �l; as� los aborrece siempre, y los persigue a ellos. Pero, salido ya de los peligros y trabajos de esta vida, est� gozando al presente, en la otra, de los bienes del Se�or a quien sigui� y obedeci� hasta el final de sus d�as. Parece que quiso la divina bondad dar este siervo fiel a los nobles y caballeros de su naci�n, como espejo en que se mirasen y aprendiesen de ser nobles e hidalgos de la nobleza que no se acaba en esta vida, sino dura perpetuamente en la otra. Miren pues los nobles a este generoso caballero, que por perseverar y ser siervo de Cristo, no tuvo en nada dar al traste con su propia nobleza y renunciarla del todo por no renunciar a Cristo" ( Del pr�logo, titulado "al criatiano lector", en la impresi�n que hizo Juan P�rez de Pineda (Ginebra, 1556-1557) de las traducciones y comentarios a las Epistolas de a los Romanos y Primera a los Corintios, realizados por Juan de Vald�s en N�poles.
CONSEJOS A FELIPE II
"A la Seren�sima Magestad del Pr�ncipe nuestro se�or, Rey de Espa�a, de Inglaterra, de N�poles y de las Indias del Per�, etrc. Orden� la sabidur�a Divina, que fuesen sustentados los reinos cristianos en justicia, en santidad y temor. Y que para este fin, tenga el Rey por muy familiar el libro de las Leyes de Dios. Para que tome de ellas los avisos necesarios para cumplir, en el Real Gobierno, con la intenci�n de Dios. Habi�ndonos, pues, dado a Vuestra Magestad por rey. Y habi�ndole puesto en la mano el cetro del reinado, para que nos rija y gobierne con justicia; todos sus vasallos, reconoci�ndole por tal, estamos obligados a servirle fielmente, como quien sirve a Dios. Vista, ahora, la presente necesidad, que es grande. Y siendo yo uno de los �nfimos siervos de Cristo, nuestro Dios y Se�or, y de los menores vasallos de V. M.; he querido cumplir con el orficio de leal cristiano y vasallo, sirvi�ndole con lo que puedo y Dios me ha dado a entender, por su gracia. Porque, como es pernicioso y da�oso hablar cuando no conviene; as� es muy saludable, en tiempo de la necesidad. Y por tanto, nos est� mandado, de parte de Dios, no retener, ni callar la palabra en el tiempo de la salud. As�, los reyes cristianos y los grandes se�ores, como sus vasallos y s�bditos; son todos llamados a conocer a Dios y a Cristo, a seguir su ley, y recibir su Evangelio y a servirle como �l manda. Los que respondieren debidamente a su llamamiento, est�n ciertos que recibir�n al fin el premio que Dios tiene aparejado a sus santos y que los har�, en esta y en la otra vida, participantes del cumplimiento de sus promesas" ( De la Carta a Felipe II )
"DE LA DOCTRINA ANTIGUA DE DIOS Y DE LA NUEVA DE LOS HOMBRES"
"Por �nico remedio y defensa, nos dej� Dios su palabra, para que gu�ados por ella, le supi�semos sevir y nos acogi�semos a �l, para ser ayudados en toda necesidad. Mas cuando, por la malicia de los hombres, es corrompida y falseada, o se ense�a en su lugar doctrinas humanas; de necesidad son por ellas inducidos en error los que las creen. Y vienen a henchirse de ignorancia y de escr�pulos sin saber lo que agrada a Dios, ni el c�mo se ha de hacer, ni a donde han de acudir por socorro en sus trabajos. Porque solos los que siguen a Cristo y lo siguen los que abrazan su pura palabra, tienen este saber y claridad. Para que pusi�semos evitar estos da�os y que no fu�semos enga�ados con tomar la doctrina de los hombres por la de Dios, y las corrupciones con que falsifican su palabra, por la pureza con que �l la tiene dada; nos manda �l mismo por su Ap�stol probrar todas las cosas y retener lo que es bueno. Y que no creamos a todo esp�ritu, sino que probemos los esp�ritus, si son de Dios, cuya palabra es el toque, donde se debe hacer esta prueba y examen. Por tanto, es necesario que tenga tal sentido el cristiano que pueda discernir entre la verdadera y la falsa: Entre la que es de Dios y la de los hombres. Para que, conocida y desechada la una como mala y perniciosa, pueda seguir la otra y asegurarse por ella de lo que Dios le promete y requiere de �l. Saber hacer este juicio, lo debe tener por una de las cosas m�s propias que le pertenecen, pues de ello depende su salvaci�n. Pero Satan�s, por medio de sus ministros, siempre ha trabajado por privarnos de esto, que tan conjunto y anexo es a nuestra Cristiandad" ( Fragmento del "pr�logo del autor", en su edici�n de BREVE TRATADO DE LA DOCTRINA, Ginebra, 1560 )
SUPLICACION A FELIPE I
I Mandado nos tiene el Se�or por boca de su Ap�stol, a todos los que tenemos el nombre de cristianos